El café de la esquina

Todos los días a las 5 de la tarde, ella se sentaba en la misma mesa del café. Él siempre llegaba 10 minutos después. Nunca se habían hablado, pero ambos sabían que algo especial estaba pasando.

Esa tarde, él llegó diez minutos antes de lo habitual. Ella lo vio entrar y su corazón se aceleró. Por primera vez, sus miradas se encontraron y se sostuvieron por más de un segundo.

Él se acercó a su mesa con pasos decididos. "¿Puedo sentarme aquí?", preguntó con una sonrisa tímida. "He notado que siempre te sientas en la misma mesa, a la misma hora."

Ella asintió, incapaz de hablar. Él se sentó frente a ella y extendió su mano. "Me llamo Alejandro. ¿Y tú?"

"Me llamo Sofía", respondió ella, sintiendo el calor de su mano. "También he notado que siempre llegas diez minutos después de mí."

Alejandro sonrió. "Es porque me gusta ver cómo lees. Tienes una expresión tan concentrada que me da curiosidad saber qué libro te tiene tan absorta."

Sacó su propio libro de la mochila. "¿Te importa si leemos juntos? A veces es más agradable compartir el silencio con alguien."